sábado, 10 de marzo de 2012

Un recuerdo agonizante

La casa ahora era fría, el calor de las risas y los juegos había sido remplazado por polvo y soledad.

            Hacía tanto tiempo que nadie pisaba aquella vieja casa, tal vez por el dolor que causaba volver a los recuerdos, volver a comprender que la felicidad que ahí habitaba había muerto junto a él.

            Subió cual bandida a la vieja habitación. Extrañaba tanto verlo junto a la ventana disfrutando de un día soleado, disfrutando de la melodía de los pájaros, disfrutando de la vida.

            Se quedó parada en la entrada de lo que antes había sido un cuarto, ahora parecía ser sólo un recuerdo sin fecha ni tiempo. Las sábanas sobre los muebles, las cortinas cerradas y las alfombras de tierra solo hicieron que añorara aún más aquellos días de gloria, donde la tristeza parecía ser inexistente y el olor a comida invadía todos los rincones.

            Su imagen, con el libro en mano regalando una sonrisa conquistadora a quien pasara por ahí no tardó en llegar a su mente, como si su fantasma se hubiera apoderado por un instante de aquel viejo sofá.

            Cerró los ojos con temor a no volverlo a ver otra vez, pero la necesidad de volver a escuchar su voz, su risa o su respiración, la alentaron para hacerlo. Esperó unos segundos que parecieron eternos, pero sólo escuchó su propia respiración y el miedo la invadió de pies a cabeza, “¿era posible que lo comenzara a olvidar?” Trató de deshacerse de ese pensamiento, pero las ideas seguían llegando a ella y el miedo la seguía abrazando.

Con cada paso que daba la soledad se sentía más. Su último recuerdo había sido en aquella navidad, la última navidad que la familia había logrado estar junta y en paz por más de diez minutos, después de eso todo se había desmoronado.

            Las peleas e intrigas familiares habían aumentado a su máximo punto. Parecía que su esencia residía en una hoja de papel plagada de palabras inútiles que dictaminaban cosas materiales, era como si todos hubieran olvidado sus palabras llenas de sabiduría, su mirada ilusionada con las sonrisas, los pequeños detalles que lo hacían ser el mismo como era un vaso con rompope después de cada comida, el tocadiscos reproduciendo música de Beethoven, Bach, Mozart,  todos los grandes de la música clásica, los fines de semana cinéfilos… Miles de cosas que lo hacían ser una persona especial, alguien a quien siempre se podía acudir, alguien a quien se le podía confiar el secreto más íntimo o simplemente alguien a quien admirar.

            Ella soltó a llorar. La muerte se sentía cerca, sabía que pronto sus ideas lo acompañarían en un nuevo mundo. Su voz ya había muerto, si ella no era capaz de recordarlo nadie lo haría, nadie lo intentaría, a nadie le importaba. Lo mismo era con su olor, ya no existía más. Lo único que lo mantenía vivo eran fotografías amarillentas y recuerdos que no sabía cuánto tiempo más seguirían junto a ella.

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