sábado, 14 de julio de 2012

El engaño


Entró al cuarto. Su cuerpo sólo estaba cubierto por una bata blanca que marcaba a la perfección toda su figura: sus senos, su sexo, su abdomen casi invisible. Abrió temerosa la puerta y entró con pasos pequeños pero seguros.

Frente a ella  estaba él recostado en la cama esperándola con su mirada lujuriosa, haciendo parecer que no era el único que la estaba esperando, daba la sensación que aquella cama matrimonial con el cobertor rojo también la estaba esperando.

            Se paró justo en frente de él, y con las manos más temblorosas que excitadas deshizo el nudo de la bata, dejando de principio que se entreviera uno de sus senos y casi nada del sexo. Después sin quitarle la vista al hombre que amaba dejó deslizar la tela que la cubría sobre su pile, haciendo que poco a poco rosara su cuerpo, entrando en un juego en el que él, al ritmo que la bata caía, fuera escaneando por primera vez ese cuerpo que ahora parecía terciopelo, un cuadro jamás pintado.

            Lo vio fijamente como buscando su aprobación, buscando la respuesta de la pregunta que no se atrevía a hacer. Él la seguía examinando de pies a cabeza, conteniendo la respiración, dejando escapar miradas y sonrisas que mostraban un “te deseo ahora mismo” que no gritaba.  

Él se levantó para abrazarla tan fuerte que poco faltaba para que la estrujara, como si quisiera convertirse en uno solo con ella, y minutos después la cargó para colocarla sobre la cama y él dejarse caer contra su cuerpo aún tembloroso.

Ella, con su cuerpo ingenuo e inocente no sabía qué hacer, solo se dejaba guiar por la música que él creaba, dejando que sus manos exploraran todo su cuerpo por primera vez, permitiendo que su boca absorbiera sus senos vírgenes y los probara con pequeños mordiscos, sintiendo como sus dedos jugaban como niños pequeños dentro de su vagina y sin previo aviso incrustó su pene dentro de ella.

La mirada de él, reflejaba una combinación entre morbosidad y satisfacción invadido por la lujuria y la sed del pecado carnal.

La mirada de ella parecía masoquista, parecía estar disfrutando las mordidas de senos, sintiendo una lengua recorriendo su garganta, las manos inquietas por todo su cuerpo, pero esa gota recorriendo su cara y los gemidos a veces de excitación y a veces de dolor hacían parecer que la penetración era una tortura, pero por algún motivo tal vez el amor o el deseo de hacer el amor le impedían hablar, solo podía seguir gimiendo.

Al terminar el acto, después del momento de más excitación en el cual él se vino dentro de ella, haciendo que la penetrara más a fondos in importar que a ella le doliera al punto de querer apartarlo, ambos cuerpos estaba llenos de sangre, sangre en el pene, sangre en sus senos, sangre en los brazos… manchas de sangre por todo el cuerpo.

            Ella se quedó tendida, cubierta por una sabana ahora rojiza que no escondían sus senos todavía duros, esperando un abrazo o un beso en la frente, cualquier acto mínimo de amor.

  Él salió del cuarto, sin ropa, sin abrasarla, sin mirarla, sin hablarle, casi sin notar su existencia.

Ella lo esperó por segundos que parecieron eternos tendida en la cama, con la esperanza de que solo hubiera ido al baño o a limpiarse los rasgos de sangre.

Su cuerpo había dejado de temblar, su  sexo aún estaba adolorido, y  el miedo de no sentirse amada la comenzó a invadir. Cuando comprendió que él no volvería para decirle “Te amo” o besar alguna parte de su cara como muestra de cariño se paró de la cama resignada  para colocarse nuevamente la bata e ir por su ropa.

Cuando terminó de ponerse la ropa nuevamente se retocó el maquillaje y se volvió a peinar. Guardó el llanto, no quería que la vieran en sus momentos débiles y menos él, quien minutos antes, mientras restregaba sus manos buscando su pecho le había dicho “Te amo”.

Cuando él  regresó seguía sin decir nada, seguía indiferente, como si la cama y el cuerpo de ella hubieran absorbido el amor que tanto le decía. Su mirada había perdido el brillo de la pasión y había sido remplazado por la nada, por el frio.

            Viéndose al espejo, ella notó que su ropa, no terminaba de cubrir las manchas de sangre que se habían quedado. Una excusa más para salir del cuarto. Se dirigió al espejo del baño y con un papel mojado intentó limpiarse la sangre que parecía el resultado de una herida.  Con los ojos estallando, lo entendió todo. La sangre que ahora intentaba limpiarse no se quitaría y la herida causante de esa sangre era tan profunda que  parecía que nunca terminaría de cicatrizar.